jueves, octubre 27, 2005

IV
EL "DIES ALLIENSIS" Y EL INCENDIO DE ROMA
Al ir al encuentro del enemigo, los romanos habían creído hallarle en la orilla derecha del Tíber, y formaron, por consecuencia, su campo sobre la vía Flaminia. Mas los galos, para evitarse tener que pasar el río bajo los muros de Roma, lo habían atravesado por su curso superior, y marchaban adelante en la orilla izquierda. Apercibidos de su error aquellos, levantaron tiendas y pasaron a la vía Salaria, caminando en opuesta dirección a la corriente, hasta que llegados al torrente Allia, apareció a su vista la hueste bárbara. Mandaba la romana aquel día (16 de Julio), el tribuno consular Q. Sulpicio longo. No teniendo tiempo para construir un nuevo campo, ni levantar trincheras, escalonó Sulpicio sus tropas en la llanura que se extiende desde el Tíber hasta los montes, y sobre estas alturas colocó su ala derecha, formada en gran parte de reclutas. Brenno, comprendiendo donde estaba la parte débil de la línea enemiga, en lugar de atacarla por el frente, pasó el Allia, y embistió furiosamente aquel ala derecha; la cual, deshecha por el impetuoso ataque, bajó en huída a la llanura, y rompió en su desorden toda la línea de batalla, que sin combatir fue desbaratada. La mayor parte de los soldados se arrojaron al Tíber, y, pasándolo a nado, refugiáronse en Veyes. ¡Quién pudo entonces vaticinar que los hijos de estos guerreros, vencidos sin combate, habían de conquistar el mundo! Sátira sangrienta hubiera parecido la profecía. Dos causas, ein embargo, podían aducirse como atenuante del hecho ignominioso: la una era la ineptitud patente del jefe; la otra, la nueva manera de guerrear de sus contrarios. Ante aquel ensordecedor estrépito de cuernos y trompas; ante aquel feroz acometer a derecha e izquierda, la táctica romana se encontró desorientada y confusa, sin posibilidad de evitar el pánico que hizo a sus legionarios fiar a las aguas del Tíber su salvación contra el salvaje enemigo. Y aquí comienza el famoso drama que el talento de Tito Livio describiera en un cuadro admirable (1). Pero si este cuadro es, como obra de arte, cosa estupenda, mal haría quien buscase en él la fidelidad histórica, la verdad, que en sus páginas se oculta, o se disimula por la mitología y la leyenda unidas.Y si una antigua ceremonia religiosa, que Roma celebraba anualmente, y en la cual figuraban un perro crucificado y un ánsar (ganso salvaje) llevado procesionalmente en litera ha podido sugerir la fábula de los ánsares del Capitolio, solo una vanidad excesiva pudo sugerir la de Camilo devolviendo, por decirlo así, a la boca de Brenno su vae victis, y arrancando de sus manos el oro del Capitolio rescatado.
Polibio, que escribió siglo y medio antes que Livio, no solo ignora en absoluto la pretendida revancha, y el rescate del oro obtenido por Camilo, sino que afirma la vuelta de los galos a su patria, sanos y salvos, y con el rico botín.
Más provechoso que el examen de estos particulares, es el estudio de las consecuencias que tuvo para Roma el incendio gálico. Prescindiendo de las pérdidas morales, como la destrucción de los archivos y otras especies de monumentos históricos, la República sufrió daños incalculables de orden político y económico, que tardó medio siglo en reparar. El propósito plebeyo de abandonar a Roma en sus ruinas, trasladando a Veyes su ciudadanía, dice bien el estado de desesperación en que la democracia romana se encontraba; y el abandono de ese propósito demuestra con no menos claridad el ascendiente de un solo hombre, Camilo, sobre sus conciudadanos. La hegemonía de Roma en el Lacio, perdida; la insolencia de los vecinos, aumentada; todo había que recuperarlo, que enmendarlo, que hacerlo de nuevo, empezando por la misma ciudad material. Y el haber hecho, en efecto, los romanos todo eso; reedificada la ciudad, reprimida la insolencia de los confinantes; recobrada la hegemonía romana en el Lacio; emprendidas de nuevo las conquistas, todo en medio siglo; el haber hecho, repetimos, Roma todo esto, que no es leyenda, constituye para ella un título de honor mucho más alto que el de las pretendidas victorias de Camilo, y el de la restitución del oro pagado por el rescate del Capitolio.
El guerrero gálico
El patriciado no dejó, sin embargo, de aprovecharse de las angustias económicas de la plebe, para intentar restablecer el régimen oligárquico. Pero este intento produjo el contrario resultado de una reacción que apresuró la igualdad de las dos clases; porque, en efecto, entre el incendio de Roma y la votación de las leyes Licinio-Sextias no pasaron más que veinticuatro años (364-388/390-366 antes de Jesucristo).
La triste experiencia por los romanos adquirida en la batalla de Allia, les aconsejó la reforma de su táctica militar, que Camilo llevó a efecto. Ya él había introducido, en la época de su censura (351-403 antes de Jesucristo), otra reforma militar que llevó al ejército los proletarios de 800 ases de renta, y cuyo objeto fue acrecer la fuerza armada de la República en previsión de la guerra que debió haber sostenido con los etruscos después de la conquista de Veyes. La nueva reforma consistía en la llamada acies triplex, compuesta de tres filas, cuyas dos posteriores servían de reserva a la primera. Estas filas conservaron sus viejos nombres de Astati, Principi y Triarii, y estaban ordenadas de modo que cuando los primeros no salían victoriosos en la lucha, iban a ocupar los insterticios de la fila de los Principi, y volvían con ellos a combatir. Si también el segundo encuentro les era adverso, Astati y Principi iban a unirse con los Triarii, y daban todos juntos el ataque decisivo. Esta ordenación, que recuerda la falange dórica, ofrecía la ventaja de tener siempre tropas y fuerzas frescas sobre el campo de batalla; y con ella sujetó Roma todos loe pueblos de Italia y preparó su universal dominio.
Los galos experimentaron antes que nadie los efectos de la nueva táctica. Reaparecidos en el Lacio treinta años después, sufrieron su primera derrota (393-361 antes de Jesucristo); igual éxito tuvieron sus sucesivas invasiones hasta que, cansados de ser vencidos, desistieron definitivamente de su empeño (403-351 antes de Jesucristo). La tradición ha mezclado el relato de estas guerras con episodios fantásticos de singulares combates entre patricios romanos y oficiales galos de atléticas formas; de cuyos combates, las familias de los Manlios y Valerios recibieron, a título de honor, los apelativos de Torquato y Corvo. No es improbable que estos mismos nombres, recibidos por otra razón desconocida, fuesen los que inspirasen los relatos legendarios; de todos modos, es evidente que si aquellos duelos y encuentros personales se realizaron, no tuvieron la exagerada importancia que se les atribuye.
(1) El drama comienza con la fuga de los habitantes de Roma, facilitada por los mismos vencedores que perdieron todo un día en el saqueo del campo de batalla. Entre los fugitivos iban las vestales, que llevabban consigo el fuego sagrado. Viéndolas un patricio, L. Albinio, bajar a pie del Capitolioo, les ofreció, para que su fuga fuese más rápida y segura, su propio carro en que conducía a su familia. Para la defensa del Capitolio quedaron solo unos cuantos animosos, y ochenta ancianos patricios que se inmolaron a los dioses infernales en expiación de las culpas de Roma. Hiciéronse estos ancianos recitar por el pontífice máximo, M. Fabio, la fórmula del sacrificio, sentáronse en sus sillas curules del Foro, y esperaron a que los bárbaros viniesen a darles muerte. La espera no fue larga; los galos, después de haber dos días acampado cerca del río, por temor de alguna emboscada, entraron, al tercero después de la batalla de Roma por la puerta Colina. Llegados al Foro, en medio del sepulcral silencio de la ciudad desierta, vieron a los ochenta ancianos majestuosamente sentados en sus ebúrneas sillas, y quedaron en muda suspensión contemplándolos, dudando si eran hombres o estatuas; hasta que uno de los invasores, acercándose a M. Papirio para tocarle la blanca barba, recibió de él un golpe con el bastón marfilino que tenía en su mano; y a esta señal, las horas lanzáronse sobre los míseros, y los mataron a todos.

No hay comentarios.: