sábado, octubre 29, 2005

VI
LA GUERRA ETRUSCO-SAMNÍTICA
Pero ni la conquista y pacificación consiguiente del Lacio y la Campania, ni la sumisión de los volscos, que aquella produjo, fueron bastantes para sacar de su inacción a los samnitas. La misma ocupación de Fregela, tan importante para ellos por su posición, no los conmovió a pesar de ver en ella una hostilidad indirecta. Para explicar tal conducta, que no fue por cierto voluntaria, necesario es tener presente los hechos que en aquel tiempo se sucedieron en la Italia meridional. Allí la República de Tarento se hallaba en guerra con las poblaciones de Lucania y de la Mesapia; y, ciudad de mercaderes más que de guerreros, recurrió al auxilio de sus hermanos de Oriente, y llamó a Italia uno después de otro, como auxiliares suyos, a los reyes Archidamo de Esparta y Alejandro de Epiro. El primero acudió en vano, porque fue vencido y pereció el mismo día que Filipo de Macedonia obtenía sobre los griegos la victoria de Queronea (416-338 antes de Jesucristo). El segundo, cuñado y yerno a la vez de Filipo, vino también a Italia como aliado de Tarento, pero con el propósito de fundar un principado suyo. Por esto lo vemos, apenas triunfador de los enemigos de Tarento, arrojar la máscara, declararse a su vez enemigo de la República que lo había llamado, y constituirse campeón de las aristocracias lucana y mesápica, que antes había combatido. El hierro de un lucano destruyó, sin embargo, los ambiciosos designios del rey epirota, y Tarento respiró (424-330 antes de Jesucristo).

Archidamo III, rey de Esparta

Los samnitas tuvieron al fin entonces libertad de acción, y pudieron atender a los sucesos de Campania. Mientras sonaban al Sur las armas de Alejandro, hubiera sido en ellos locura el empeñarse en una nueva guerra contra Roma, tanto más cuanto que ésta era aliada del epirota.

El nuevo movimiento partió de Paleópolis. Esta ciudad, gemela de Nápoles, con la cual tenía de común el gobierno, pero de la cual le separaban opuestos intereses, fue elegida por los samnitas para iniciar la reconquista de la Campania. Ciudad tan democrática como aristocrática era su vecina, aspiraba a ser vengadora de la ignominia que el egoísmo sectario de la nobleza había traído a la patria poniéndola bajo la servidumbre romana. Paleópolis, pues, se rebeló. Para reducirla, e impedir que el movimiento se propagase, mandó Roma a Campania dos ejércitos consulares; el uno, conducido por Cornelio Léntulo, debía dirigirse a Capua; el otro, capitaneado por Publilio Filón, debía obrar contra Paleópolis. Pero, aunque la intervención fue rápida, Publilio no llegó a tiempo de impedir que la ciudad rebelde recibiese auxilios del Samnio y de Nola.

Publilio situó su campo en el espacio que separaba las dos ciudades; y este lugar de su elección demuestra claramente que Nápoles, no solo no tomó parte en la rebelión de su vecina, sino que se inclinó de parte de los romanos ayudando a las operaciones de los asediantes. A pesar de todo, la resistencia de Paleópolis duró más que el tiempo del consulado de Publilio, que terminó el 428 (326 antes de Jesucristo). Y aquí aparece por primera vez el conflicto entre las instituciones republicanas y las necesidades creadas por la política de conquista. Después de haberlo pedido el Senado, los tribunos hicieron votar al pueblo la prórroga del mando de Publilio hasta que hubiese llevado a fin su empresa. Y de este modo surgía el proconsulato, que hará un día expiar a la libertad romana la ambición de que había nacido.

Duraba aún el cerco de Paleópolis, cuando estalló la segunda guerra entre Roma y el Samnio. Mutuas querellas sirvieron de pretexto a esta gran lucha por el dominio itálico. Los romanos se quejaron de los auxilios que los de Paleópolis habían recibido, y los samnitas del envío de una colonia a Fregela, tierra de su pertenencia.

Los principios no fueron halagüeños para los samnitas; Paleópolis, después de una resistencia de casi dos años, sucumbió, por traición de dos jefes de la democracia, ante el sitiador. Roma abandonó su suerte a Nápoles, y desde este día desaparece hasta el nombre de la vieja ciudad. Tampoco acudieron los samnitas con mejor éxito a sus aliados. Los pueblos de estirpe sabélica, con excepción de los lejanos vestinios, permanecieron quietos, observando una neutralidad benévola para Roma, cuyo régimen aristocrático cautivaba sus simpatías. Por Roma se declaró la Apulia (los mesapios); y los lucanos variaron con fe incierta, hoy unidos a Roma, mañana al Samnio, salvo el variar cuando a su interés convenía.

Con estos auspicios poco lisonjeros para los samnitas comenzó la guerra, cuyos daños aumentó la lentitud de sus preparativos; y no habían aquellos salido todavía al campo, cuando ya el enemigo tenía en su poder tres plazas del Samnio situadas en la frontera de Campania, Allife, Callife y Rufrio (429-325 antes de Jesucristo)

Si bien las noticias de esta guerra llegadas hasta nosotros son pocas, y estas pocas se resienten del espíritu de partido de los narradores, no parece, sin embargo, dudoso que en el primer acto del gran drama, que se cierra con el suicidio del jefe samnita Brutolo Papio, y con el envío de su cadáver a Roma, la suerte de las armas permaneció propicia a los romanos. El mismo sacrificio de Papio lo atestigua; y el envío ignominioso de sus despojos al enemigo revela el descorazonamiento que a los samnitas había invadido.

Si el Senado de Roma hubiese moderado sus exigencias, la guerra hubiese allí acabado, y el Samnio habría renunciado a todo intento de hegemonía itálica. Pero Roma no conocía la templanza más que hacia los sometidos; y para que la usase con los samnitas era menester que ellos renunciasen a ser un pueblo independiente; y ante esta condición, el sentimiento de la dignidad nacional se despertó en ellos. Los que antes había abandonado el cadáver de Papio, piden ahora que se vuelvan a tomar las armas, y uno de los más animosos, Gavio Poncio Telesino es nombrado para mandarlos.

La topografía de aquel país montuoso fue entonces aprovechada como elemento estratégico de especial importancia. Los dos cónsules T. Veturio Calvino y Sp. Postumio, engañados por falsos informes, acordaron ir en socorro de Luceria, llave de la Apulia, que creían asediada por el enemigo; y para que el socorro fuese más pronto, decidieron tomar la vía más corta, entre los montes Tifata y Taburno, que les obligaba a atravesar un angosto valle rodeado de abruptas montañas, y que conducía a Caudio por profunda y selvática garganta (furculae caudinae, cerca de Arpaya). Llegados a ella los cónsules conocieron la insidia de que habían sido víctimas. Al consejo que le dio su padre de dejar libre el ejército enemigo, o destruirlo, Poncio prefirió el peligroso método de los temperamentos; y juzgando llegado el instante de resolver la cuestión política existente entre Roma y el Samnio, limitóse a pedir a los romanos que desocuparan sus posiciones en aquel país y en la Apulia, que llamasen los colonos de Fregela y que el ejército desfilase bajo el yugo. Los cónsules aceptaron estas condiciones, y la religión consagró el pacto (foedus caudinum). Seiscientos caballeros quedaron en rehenes, y el resto del ejército fue libre. Pero el Senado no ratificó el tratado; y evocando la sentencia, que en adelante sirvió de canon de derecho público: Injussu populi nego quiccuam sanciri posse quod populum teneat, lo hizo adoptar por las tribus, y aplicar retrospectivamente al pacto caudino, que quedó sin base jurídica; y Veturio y Postumio, tenidos personalmente como responsables del acto, fueron enviados al enemigo. Poncio se resistió al indigno holocausto, dando a Roma una lección de magnanimidad, que solo debió producir la sonrisa de aquel pueblo en quien la moral y la justicia estaban eclipsadas por el interés político (434-320 antes de Jesucristo).

Entonces la guerra renació más fiera. Para Roma, no solo tratábase de reivindicar sus conquistas, puesto que Luceria, Fregela, Terentino y la misma Satrico habían vuelto a poder del enemigo, sino también de lavar la mancha caída sobre sus legiones en Caudio. La firmeza demostrada por el Senado levantó los ánimos; y los resultados obtenidos por el censo del año 435 (319 antes de Jesucristo), en los cuales se vio que Roma poseía aún 130.000 ciudadanos útiles para las armas, concurrieron también a encender el valor de los romanos, y a confirmar su fe en el porvenir patrio. Dos generales de gran fama, L. Papirio Cursor y Q. Publilio Filón, fueron nombrados cónsules para que la revancha fuese más pronta y segura. La primera operación que había que cumplir era la liberación de Luceria, donde se encontraban los 600 caballeros tomados por Poncio en rehenes. Papirio, por la marina del Adriático, y Publilio atravesando el Samnio, encontráronse en Luceria. Al éxito de esta doble marcha contribuyeron las nuevas contiendas nacidas en el Samnio entre los partidarios de la paz y los de la guerra, que no fueron ciertamente los que menos contribuyeron a la ruina del país. Luceria, obligada por el hambre, se rindió; la guarnición samnítica pasó a su vez bajo el yugo, y los 600 rehenes fueron libres. La Apulia estaba de nuevo perdida para los samnitas.

En el año siguiente (435 de Roma), Papirio, reelegido cónsul con dispensa del plebiscito del 412 (342 antes de Jesucristo), volvió a tomar la volsca Satrico, que en castigo de su hostil reincidencia fue arrasada. Los samnitas, alarmados por aquellos rápidos éxitos del enemigo, pidieron paz otra vez, que era la tercera en siete años de guerra; pero no obtuvieron sino una tregua de dos años, de la cual fueron excluídos sus aliados (436-318 antes de Jesucristo). Esta exclusión revela los propósitos del Senado, confirmados bien pronto por los hechos; aislar el Samnio de Tarento, cumpliendo la conquista de Apulia y Lucania, y encerrar aquella región como en un círculo de hierro, en que no pudiera moverse sin el beneplácito de Roma: tal fue el objetivo de la política del Senado al conceder la tregua. En dos años se proponía realizar su plan.

Horcas Caudinas: el ejército romano desfila bajo el yugo

Pero los samnitas no se descuidaron. Terminadas las intestinas discordias ante la magnitud del peligro, también ellos se presentaron al expirar la tregua con propósitos dignos de un gran pueblo, que confiaba en sí mismo y en el porvenir de la patria. Hasta aquí todo su arte estratégico consistía en disputar al enemigo esta o aquella plaza de la Apulia y de la Campania; ahora tiene un designio más vigoroso y agresivo: llevar pronto al Liri el teatro de la guerra, urdir una insurrección general de aquellas poblaciones, antes que se borren de su mente los recuerdos de la antigua libertad; y echar a Roma fuera de la Campania, ocupando los dos caminos del Lacio; este fue el nuevo plan de guerra del Samnio.

La tradición romana no ha sido bastante generosa y leal para hacernos saber hasta que punto aquel plan se llevó a cabo. Tito Livio, al describirnos la campaña del 439 (315 antes de Jesucristo), parece caminar, como dice Devaux, sobre brasas, y prescinde en su relato del trámite de los hechos para llegar pronto a la catástrofe, que intencionalmente disfraza. Apenas narra la insurrección volsca de Sora, junto al Liri superior, nos conduce a Lautule, sobre el Liri inferior, y describiendo la batalla allí librada entre romanos y samnitas, trata de ocultar el éxito victorioso que estos últimos obtuvieron, y que, atestiguado por Diodoro, es confirmado por los hechos sucesivos. Vese, en efecto, después de aquella jornada, extenderse la insurrección a lo largo de todo el curso del Liri; Fregela vuelta a caer en poder de los samnitas; la Campania en sospechosa actitud; la aristocracia capuana vencida, y en la misma Apulia ahuyentada la dominación romana con la pérdida de Luceria.

Todos estos reveses no pudieron, en verdad, determinarse por una sola victoria. Mas si no cabe duda de que Roma fue vencida en Lautule, es también innegable que le bastaron dos años (440-441/314-313 antes de Jesucristo) para reparar todos los efectos de aquella derrota, e impedir la realización del nuevo plan estratégico de sus enemigos. Y para esto le sirvieron grandemente, por un lado la conducta fiel observada por las ciudades latinas, y por otro la cooperación de las aritocracias ausona y campánica.

En 441 vemos, en efecto, vueltos al poder de Roma Sora y Luceria, la Campania y la Ausonia pacificadas, y circunscrito al Samnio el teatro de la guerra. Escarmentado por la experiencia, el Senado se aprovechó del éxito para dar mayor extensión al sistema colonial: mandó una colonia de 2.500 hombres a Luceria, de 4.000 a Interamna, entre los volscos; y erigió también en colonia a Suessa Aurunca, las islas Ponzie y Satícula. En breve colonizará asimismo a Sora y Alba Fucense, a Narnia, antigua Nequino, en la Umbría, y Carseoli entre los ecuos; y en 463 (291 antes de Jesucristo) se verá surgir la gran colonia de Venusia con 20.000 colonos; y dos años después en Hatria en el Piceno; llegando a sumar las colonias latinas en la segunda mitad del siglo quinto de Roma, el número de veinte, que poco antes decimos solo era de diez.

Samnio: Alba Fucense y los montuosos Apeninos

En este tiempo espiró la tregua de cuarenta años concluída entre Roma y la Etruria. El haber esta última perdido las ocasiones que se le ofrecieron para volver al campo, cuando todo el Mediodía estaba en armas contra Roma, fue indudablemente, más que respeto al derecho de gentes, impotencia; por lo cual, cuando acordó moverse era ya tarde, y las esperanzas que su intervención hizo concebir a los samnitas, se frustraron.

Sin embargo, esta acción tardía de los etruscos logró un efecto que, de haberse antes obtenido, habría podido cambiar la suerte de la guerra: y fue levantar la aristocracia samnítica de la inacción en que yacía. Las espléndidas armaduras que Livio describe al enumerar las tropas del 444 (310 antes de Jesucristo), atestiguan la presencia de los aristócratas en el ejército del Samnio.

A partir de este mismo año, el teatro de la guerra se dilata; y mientras un ejército acampa bajo los muros de Boviano, capital de los pentrios, el otro va en ayuda de Sutrio, asediada por los etruscos. Y aquí el horizonte histórico se oscurece nuevamente. C. Marcio Censorino (así llamado por haber ejercido dos veces la censura), que dirigía la guerra en el Samnio, combatió, según Livio, con incierto éxito. Mas la creación de un cuerpo de reserva, y el nombramiento sucesivo de un dictador, demuestran que esta duda sobre el resultado de la batalla es uno de los recursos adoptados por la tradición romana para encubrir la derrota.

El dictador propuesto por el Senado era el anciano Papirio Cursor. Estando Marcio herido, fue aquel enviado a Etruria, donde guerreaba el otro cónsul, Q. Fabio Ruliano, para que éste diese su aprobación al mensaje del Senado. Y entonces tuvo lugar una escena que vuelve a prestarnos la severa majestad del espíritu patriótico de los romanos. Entre Fabio y Papirio existía un añejo resentimiento, que databa del tiempo de la última dictadura de Papirio. Los consulares que llevaban el mensaje del Senado, hallaron a Fabio más allá de la selva Ciminia, nunca antes rebasada por las legiones. Ya había aquel capitán vuelto a tomar Sutrio a los etruscos, y ahora se preparaba a combatirlos en el corazón de su país. Al oir el mensaje, calló y dejó a los enviados silenciosamente; pero durante la noche proclamó dictador a Papirio, venciendo en él el ciudadano al hombre, y haciendo enmudecer ante la patria su personal resentimiento. Con tales jefes el éxito no podía dejar de ser bueno. En tanto que Fabio batía al enemigo junto al lago Vadimon (hoy de Bolsena) y separaba de la liga a Perugia, Cortona y Arretium (moderna Arezzo), firmando con cada una de ellas la paz; el dictador Papirio restauraba la buena marcha de la guerra en el Samnio, obteniendo en Longula un gran triunfo. Pero todavía no fueron estas victorias decisivas; todavía se necesitan grandes esfuerzos para reducir aquellos dos pueblos, que comprenden el gran peligro que les amenaza. Y no lo comprenden y confrontan ellos solos: los montañeses de Umbría, movidos también por un sentimiento magnánimo, se levantan para ayudar en la venganza de sus vecinos, anunciando en alta voz su propósito de asaltar a Roma. Pero antes de que estén prontos a ejecutarlo, entra Fabio con marcha audaz en su territorio, y les toma a Mervania (449-305 antes de Jesucristo); y habiéndole sido prorrogado el mando para el año siguiente, el valeroso jefe corona la triunfal empresa con la victoria de Allife, en que hizo prisioneros a 7.000 samnitas.

La gran fortuna de Roma consistió entonces que los movimientos de estos pueblos tuvieron lugar aislada y sucesivamente. Así pudo combatirlos uno a uno, y hacerse dueña de la victoria.

Después de los umbrios comparece en escena los hérnicos, como auxiliares de los samnitas. Pero no todas sus ciudades tomaron parte en la contienda; Alatri, Verula y Ferentino permanecieron fieles a Roma; y esto hizo más fácil el triunfo al cónsul Q. Marcio Tremolo. Roma premió a las tres fieles ciudades dándoles la ciudadanía perfecta; a las demás solo concedió la civitas sine suffragio (448-306 antes de Jesucristo).

Desembarazados los hérnicos, Marcio entró en el Samnio, donde su colega Cornelio Arvina se encontraba en apuro; y llegó a tiempo para salvarlo y desbaratar al enemigo. Roma alzó una estatua al valiente vencedor, y concedió tregua a los aterrorizados samnitas por el pago de una anualidad de sueldo a los dos ejércitos consulares.

Nuevos reveses militares, en los cuales los samnitas perdieron a Boviano y a su jege Gelio, trajeron dos años después la conclusión de una paz que debió ser definitiva, pero que solo fue transitoria. Por ella los samnitas reconocían la alta soberanía de Roma, lo que les constituía en la obligación de no hacer guerra ni alianza alguna sin el consentimiento de la República. (450-304 antes de Jesucristo).

Durante seis años descansaron entonces las armas de Roma y del Samnio; y aquella se aprovechó de este respiro para reforzar y extender su sistema colonial. La importante plaza de Sora sobre el Liri, que en la última guerra samnítica había caído algunas veces en poder del enemigo, llegó a tener 4.000 nuevos colonos; 6.000 tuvo Alba, sobre el lago Fucino, al principio de la vía que iba al Samnio y a la Apulia (451). Los ecuos, celosos de ver nacer en su territorio tan poderosa colonia, intentaron destruirla; pero esta tentativa les trajo la ruina, y hasta su nombre, dice Livio, pereció con ellos.

También utilizó Roma aquel respiro para afirmar en la Etruria, como en la Umbría, su alta soberanía. En el primero de estos países se presentaron dos ocasiones para intervenir; la una fue la rebelión del partido democrático de Arezzo contra la familia de los Cilnios, que regía la ciudad en nombre de los grandes. Representante y patrona de las aristocrias itálicas, Roma mandó a Arezzo un ejército para restablecer el régimen abolido. El movimiento aretino, que se difundió a las ciudades limítrofes, movió a los vecinos galos a entrar de nuevo en Etruria; y esto produjo la nueva y victoriosa intervención de Roma en este país. Los galos no esperaron siquiera las llegadas de las legiones; y éstas, que habían venido para el combate y el botín, devastaron el territorio y se vengaron en sus habitantes de su desengaño. Entre las dos expediciones romanas a Etruria tuvo lugar la de Umbría, de que fue teatro la fuerte Nequino, sobre el Nera. La tradición no ha explicado las razones de esta guerra, de la que solo sabemos que Nequino, después de una resistencia que duró casi dos años, se entregó; y, mudado su nombre histórico en el de Narnia, se transformó en colonia romana (455-299 antes de Jesucristo).

En el mismo año de la colonización de Nequino, formábanse dos nuevas tribus, la Anienis y la Teretina, creadas por los censores P. Sempronio Sofo y P. Sulpicio Saverrión; con lo cual el número de las tribus romanas llegó a treinta y tres.

Las conmociones de la Etruria repercutieron en el Samnio. Ya el disfrazado socorro que los samnitas habían prestado a Nequino en su última rebelión, demostraba que el partido de la guerra había recuperado allí su ascendiente, y que la renovación de las hostilidades contra Roma debía estar próxima. La invasión de los samnitas en la Lucania, realizada inmediatamente después de la rendición de Nequino, fue el preludio de la lucha suprema entre los dos pueblos rivales; y las altivas palabras con que los samnitas respondieron a la intimación del Senado para que evacuasen la Lucania, demuestran con que fiero ánimo se aprestaron a la nueva contienda.

Pero a la altivez de los propósitos no correspondieron los sucesos. Los samnitas, al comenzar de nuevo su hostilidad contra Roma, habían contado con el concurso de la Etruria; y la rapidez de la acción romana quitó toda eficacia a esta esperanza. Mientras que el cónsul L. Cornelio Scipión vencía a los etruscos en Volterra, su colega Gn. Fulvio se apoderó de Boviano y de Aufidena, cerca de las fuentes del Sangro (456-298 antes de Jesucristo).

Al año siguiente, el teatro de la guerra fue únicamente el Samnio. Los fuertes aprestos del enemigo aconsejaron al Senado romano llamar al consulado dos valerios, capitanes muy entendidos en la estrategia, que fueron Q. Fabio Ruliano y P. Decio Mure. Estos cónsules entraron en el Samnio por diversos caminos, y ambos salieron victoriosos; Fabio batió a los samnitas en Tiferno, y Decio a los apulios, sus asociados, en Malevento (Benevento). El Samnio fue horriblemente devastado (457-297 antes de Jesucristo)

Aquí la tradición nos habla, en fin, de los Lucanios. Ellos, que habían sido causantes principales de la guerra por sus quejas contra los samnitas, desaparecen de la escena apenas recomienzan las hostilidades, para no volver a ella sino cuando la suerte de las armas está ya decidida; y como este hecho no es natural ni lógico, justo es creer que el relato tradicional adolece aquí de otra laguna. Cuando el viejo Fabio vino como cónsul a la Lucania, dominaba allí el partido democrático, opuesto a Roma y amigo del Samnio. Fabio lo abatió, y restituyó el poder a los nobles, que habían ya muchas veces hecho vil mercado de su patria con la República (458-296 antes de Jesucristo).

El sacrificio de Decio Mure (hijo), por Rubens.

No hay comentarios.: